Si repasamos
nuestra historia económica desde los inicios del peronismo hacia la actualidad
vamos a encontrar un fenómeno que fue tomando relevancia con el correr de los
gobiernos, ya sean estos de corte institucional o de factos: la inflación.
Según el
economista Rubén Lo Vuolo “la moneda es, en cierto modo, una deuda original del Estado con sus
ciudadanos”, quienes dejan que la autoridad que rige los destinos de la Nación
construyan así un sistema que permita saldar deudas y créditos de manera
recíproca, de la misma forma que los impuestos son de cierta manera “el crédito
original”.
Contra las
visiones ortodoxas y crudamente monetaristas la moneda no representa para los
pueblos una simple formula de índole macroeconómica sino que es en cierta
medida, el símbolo más cabal de la delegación de los ciudadanos al Estado de la
responsabilidad de crear un orden económico y social, basado en una relación de
confianza donde los gobernados eligen creer o dejar de hacerlo en ese papel
pintado que gobierna su vida diaria y del que por su posesión (y valor) o no,
depende su escalafón social dentro del país. Una relación como la de los amigos
o los esposos, que creen sobremanera en su mujer a pesar que todo el barrio comenta
que lo engaña, o se pelea con su mejor amigo por un chisme sin importancia a
pesar de haberle dado sobradas muestras de lealtad en el pasado. Se cree o no
se cree. Se confía o no. Es, como la política en muchos casos, el resultado
último de una relación de confianza, que se apoya en el reconocimiento
colectivo de la sociedad.
Así observamos,
como en reiteradas oportunidades, los grupos financieros especuladores
(nacionales o internacionales) en consonancia con algunos empresarios (los que
se beneficien, según el caso) y medios
concentrados de comunicación que responden a sus intereses (que muchas veces
son los mismos que los propios), arman campañas de derrumbe (en estos días) o
fortalecimiento (la convertibilidad menemista) de la moneda.
Cualquier estudiante
de los primeros años de economía o cualquier ciudadano medianamente instruido e
informado, podía darse cuenta que el régimen de convertibilidad sostenido en
una moneda con una paridad al dólar inventada de manera artificial y sostenida
mediante la toma de deuda de manera indiscriminada e interminable, iba terminar
en una tragedia que se agigantaba cuanto más tiempo fuese sostenida. Sin
embargo, la sociedad se aferró a ella como una (falsa) bandera de “estabilidad”
a niveles suicidas. La pobreza aumentó como nunca, la clase media se redujo
drásticamente y los mismos de siempre se beneficiaron con la posterior e
inevitable devaluación que empobrecía aún más a los que ya estaban empobrecidos
y enriquecía vía pesificación de deudas a los que ya habían sido
indisimuladamente beneficiados. Hasta un presidente fue votado en pleno declive
económico aferrándose (e inmolándose) al sueño convertible. Aún hoy escuchamos
a mucha gente suspirar por los años de la convertibilidad donde un peso valía
mágicamente un dólar vaya a saber cómo, sin percatarse que fue el verdadero
origen de sus padecimientos futuros.
Y de la misma
manera, hoy asistimos al espectáculo especulativo que inventa al dólar blue
(basándose en un inexistente mercado si observamos el volumen de negocios que
lo genera con respecto al resto de la economía) con la finalidad de forzar,
mediante la credulidad y presión popular, a una devaluación que sería
catastrófica luego de una década de constante crecimiento económico y de
ascendente desarrollo social.
El cuco de la inflación.
Durante décadas a
partir de la Segunda Guerra Mundial Europa
y EEUU financiaron sus modelos de desarrollo y amplia ascendencia social
mediante la inflación, obteniendo con ello un crédito permanente que le
permitía realizar inversiones de infraestructura y formar el estado de
bienestar, hasta ya entrada la década del 70, con la llegada de la crisis del
petróleo.
Nadie deja de
reparar que si la inflación sobrepasa ciertos niveles, puede afectar el
crecimiento de un país. Pero la realidad empírica, indica que nadie tiene la
receta justa para calcular esos umbrales, que varían según las características
de cada modelo económico y cada país y su idiosincrasia.
La cruda realidad
de los números históricos nos muestra esta faceta en Argentina. Nuestro país
creció ininterrumpidamente como nunca lo había hecho en su historia en la era
kirchnerista, a un ritmo promedio del 7% anual, distinguiéndose como el país de
Latinoamérica que más creció en el decenio. Si dejamos de lado este ejemplo y nos
remontamos a nuestro pasado, observamos que después de esta época que
transitamos, el momento de mayor crecimiento en el país fue entre 1964 y 1974,
con una inflación anual media del 30%. Y nos fue mucho mejor que en el período
1992-2001, donde ostentamos un crecimiento promedio del 2,7% anual… con un
desempleo que pasaba del 6,6% al 19%.
En la economía,
los tres pilares fundamentales son el crecimiento, el empleo y la inflación,
pero no deben menospreciarse otras variables como las cuentas públicas y las
del sector externo, como tampoco a la política monetaria y financiera. Y en la
Argentina de hoy no puede negarse un período único de crecimiento, el empleo
marcha sobre ruedas a pesar del contexto internacional desfavorable y tanto las
cuentas públicas como las del comercio exterior son favorables –ambos ítems muy
cuidados tanto por Néstor como por Cristina Kirchner ya desde sus épocas de
gobierno en Santa Cruz-. En cuanto la política monetaria como la financiera,
estuvieron siempre orientadas hacia la conservación del crecimiento para lo
cual fue esencial la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central y su
alineamiento a la política económica, sacándolo de la órbita de la obediencia
debida hacia el poder financiero. Las políticas de desendeudamiento y las
nuevas obligaciones crediticias de los bancos para ser orientadas al aparato
productivo caminan claramente en esa dirección.
Todo esto nos
devuelve a la indomable inflación, única variable inquieta de la economía
local. Para hacer un diagnóstico lo más preciso posible hay que destacar varios
factores. No se puede negar la aceleración de los precios de 2008 a la fecha,
como tampoco se puede negar la desesperación de algunos sectores que buscan de
cualquier forma debilitar al gobierno en épocas electorales. Tampoco que muchos
“gurúes” que se pasean de canal en canal haciendo apuestas que siempre pierden
pero que nunca pagan, hacen operaciones para ayudar a los fondos buitres, que
pelean la continuidad de su estafa en tribunales de Nueva York. El más claro
ejemplo en estos días fue el comentario de la necesidad de una devaluación de
entre un 30 y un 40% que vociferó el presidente del Banco Ciudad y economista
PRO, Federico Sturzenegger, asiduo hombre de consulta del FMI, el BID y el
Banco de Inglaterra, y ex miembro del gabinete de Cavallo en tiempos de la
debacle de aliancista. Hasta el mismo FMI “retó” al país por sus estadísticas,
a pesar de tener un convenio vigente de asistencia técnica con el INDEC para
elaborar un nuevo índice de medición de precios -que según se dice aparecería
en 2014-. Es evidente que estos movimientos están hechos para favorecer un
retorno del país al mercado internacional de capitales, que luego de ocho años
extraña el mix de intereses y comisiones que la economía de un país como
Argentina garantiza.
Por otra parte,
hasta resulta gracioso que el propio FMI que tanto remarca “el problema de la
inflación argentina”, reconozca en sus informes que todos los países productores
de materias primas tienen alta inflación, debido al alza constante de los
precios en alimentos y energía que empuja hacia arriba a los precios internos.
Además, el nuevo fenómeno de que muchos cultivos alimenticios son utilizados
para fabricar biocombustibles, hace que los precios trepen más aún. No
olvidemos que hace poco explotó la primavera árabe más a raíz de hambre de pan que
de libertad.
La imposición de
las retenciones agropecuarias sirvió no solo para atenuar presiones
inflacionarias, sino también para volcar esta renta extraordinaria a
inversiones productivas y sociales. De no mediar la explosión campera y de
haber sido mejor “vendida” a la población, la resolución 125 hubiera cerrado el
círculo haciendo de las retenciones un instrumento aún más progresista al
distinguir entre grandes y chicos de la cadena agropecuaria.
Este último
ejemplo nos lleva también a la importancia de los medios de comunicación y su
responsabilidad informativa. De no haber tomado posición por sus importantes
intereses agropecuarios, la mayoría de la ciudadanía hubiese entendido que la
125 favorecía a los pequeños y medianos productores, mientras que el gravamen
horizontal actual tiende a castigarlos a favor de los grandes jugadores del
sector. Y lo mismo ocurre con la inflación, donde muchos jugadores mediáticos
se encuentran en el equipo de los que quieren volver al pasado de timba
financiera y a los negocios sin inversión ni riesgo.
Otros dos rasgos
importantes en el proceso inflacionario argentino son la puja distributiva y la
concentración productiva. Si tenemos en cuenta, por ejemplo, que solo dos
empresas tienen en sus manos la producción del 70% de la leche fluida, otras
dos el 84% de la de las gaseosas, tres fabrican el 50% de las pastas secas que
llegan a nuestras mesas, y solo una el 90% de la chapa laminada producida en
estas latitudes, podemos ver claramente la magnitud de un problema histórico
que se agudizó aún más en tiempos de la convertibilidad. Podríamos dar ejemplos
de concentración casi en cualquier rubro industrial del país.
Cuando por el
beneficio del crecimiento económico aumenta la demanda de cualquiera de estos
productos en el país, estas empresas que dominan el mercado suben sus precios,
aumenten o no sus costos con el único fin de aumentar sus ganancias, a veces a
niveles que podrían catalogarse de indecentes. La gran mentira de los
economistas ortodoxos ata inflación y salario, en una clara mentira que no
reviste el más mínimo análisis, ya que en industrias de capital intensivas la
incidencia salarial es mínima. La realidad es que estos sectores concentrados
se apropian de los ingresos de sus compradores, manteniendo altos los precios y
fomentando algún grado de escasez. El ejemplo más claro de apropiación del
dinero de los consumidores, fue en tiempos de la aparición de la AUH
(Asignación Familiar por Hijo), que coincidió “casualmente” con un alza
inusitada entonces de los precios de los alimentos básicos, justamente los que
más consume esta franja de la población.
Mientras tanto,
los “gurúes” siguen afirmando que la puja distributiva y los oligopolios -sus
empleadores al fin y al cabo- son simples patrañas del gobierno y que la
inflación es producto de la emisión monetaria descontrolada, el déficit fiscal
y las expectativas de devaluación que genera el dólar ilegal -basta de “blue”,
llamemos a las cosas por su nombre-.
Pero otra vez la
realidad nos indica todo lo contrario. Con respecto al déficit, tanto en 2011
como en 2012 (antes se acumulaba un superávit de ocho años) fue muy pequeño,
por lo que la oposición trataba de mostrarlo en millones de pesos y no en
porcentaje del PBI: 1,7% en 2011 y 1% en 2012. Uno de los más bajos de
Latinoamérica, y fácil de subsanar, ya que se incluyeron en él pagos de
intereses (2%) además de gastos contracíclicos para no detener el avance de la
economía ante una desaceleración. Si ponemos como ejemplo al neoliberal Banco
Central Europeo, que tolera un 3% de déficit en sus países, y con más razón si
tenemos en cuenta que Argentina tuvo ocho años de superávit, el pataleo es más
que ridículo. Y más aún si se tiene en cuenta que dentro del PBI hay subsidios
a la electricidad, el gas y el agua que suman un 5% del mismo, con lo que con
solo llevarlos a la mitad (sin necesidad de hacerlo de golpe y teniendo en
cuenta a la población de menores recursos), el déficit desaparecería por
completo.
Y tampoco es
sólido su argumento contra la causal monetaria de la inflación. La nueva Carta
Orgánica del BCRA agregó a sus funciones el “pleno empleo de los recursos y el
desarrollo de la economía con equidad social”, dejando de lado el viejo axioma
neoliberal de que los bancos centrales solo deben velar por el valor de la
moneda, sin atender los altibajos de la economía real. Por ello, la
monetización de nuestra economía en relación con el producto bruto se mantuvo
en el orden del 21/22%, un valor más que razonable y hasta un tanto avaro con
respecto a países más bancarizados. Y
otra vez, la economía real nos mostró el lado oscuro del neoliberalismo. Mientras
que en diciembre de 2012 existió una emisión “alta” con respecto al promedio,
en Enero de 2013 el BCRA absorbió la mitad de la emisión del mes anterior,
mientras que los precios no solo no bajaron, sino que volvieron a subir,
contradiciendo uno de los mandamientos de los economistas ortodoxos.
Si seguimos
nuestra ruta hacia las otras variables, el sector externo y el dólar, podemos
decir que el primero cerró el 2012 con un superávit superior a los 10.000
millones de dólares y con un menor peso de la deuda externa sobre el total del
PBI, lo que debería quitar presión al dólar, de no ser que la cotización “en
negro” de la divisa se guía más por la especulación y la histeria de las
vacaciones de las capas más adineradas de la población. Para los evasores que
llevan las sabrosas utilidades que generan con sus negocios en el país a
paraísos fiscales fuera del alcance de los sabuesos de la AFIP existen otros
“trucos” (como el famoso “contado con liqui”), por lo que el mercado ilegal es
fácil de mover y sumamente efectista. Y otra vez los adalides de la devaluación
hablan de “atraso cambiario” y juran que el dólar ilegal es la cotización real,
lo cual también fue rebatido en esta semana con la baja de más de $1,25 en la
cotización en solo dos días a raíz del blanqueo fiscal anunciado por el gobierno.
La economía real
solo refleja el interés de especuladores y exportadores a motivar una
devaluación, desastrosa para el conjunto del país, pero realmente magnífica
para sus billeteras egoístas.
Lo mismo hicieron
con Alfonsín y hasta algunos delirantes llaman en estos días a la rebelión
fiscal, la misma que nos llevó en aquel entonces a la hiperinflación. Pero
entonces había un gobierno débil, un Banco Central exhausto, un FMI en su
apogeo de poder y usura. En cambio hoy, contamos con un gobierno que se hace
fuerte en las difíciles, un Banco Central fortalecido y unido al plan económico
y un FMI del que solo se tiene noticia si uno es lector de Clarín o La Nación.
Gracias a Dios por ello.
Dólar, blanqueo
y trinchera
Batallando más
que ningún otro gobierno desde el retorno de la democracia, luego de la abrupta
caída en la venta de inmuebles y un marcado descenso de la construcción que la
obra pública no alcanza a cubrir, Cristina Kirchner optó por ceder parcialmente
a las presiones financieras y creó así el Certificado de Depósitos para
Inversión (CEDIN). La cultura del dólar primó entonces a la voluntad política
de la pesificación inmobiliaria.
Ante la falta de
opciones financieras para paliar el sistema de restricción al acceso de moneda
extranjera y al marcado desinterés patriótico
de los integrantes del mercado inmobiliario (a esta altura ya suena
gracioso pedirles algo de eso) para transformar el funcionamiento de una
operatoria que tantas alegrías especulativas les dio, se terminó avalando la
dolarización. El problema mayor al que se enfrenta el Gobierno ahora, sería el
contagio del hasta hoy promisorio proceso en marcha de pesificación de nuevos
emprendimientos inmobiliarios.
|
Fuga de divisas: el deporte del empresario argentino |
Todo esto se da
en el marco del histórico ahorro en dólares del sector más influyente -y
líquido- de la población y muchos economistas ortodoxos aconsejaban remediar el
problema del dólar subiendo la tasa de interés, como en Brasil. Pero como la
lógica lo indica, el Gobierno no se quiere exponer a que la suba de tasas
genere un parate en la actividad económica que nos devuelva a la recesión, con
la posterior aceleración exponencial de fuga de divisas que esto conlleva.
De todos modos,
no se podría afirmar a ciencia cierta que este sería el panorama, ya que la
fuga de capitales es una conducta constante de las clases altas argentinas,
incluso hasta en momentos de tasa altas en moneda local.
Tanto en épocas
de inflación (con Alfonsín, principios de Menem, o desde el 2008 a la
actualidad) como en épocas donde no existía o era marginal (en la
convertibilidad o durante una parte del gobierno de Néstor Kirchner), con mayor o menor grado de expansión
monetaria, con buenas o malas relaciones (incentivos, en realidad) con el poder
financiero, en nuestro país la compra de dólares fue y aún es una constante.
Solo se detuvo ante situaciones de desastre, donde la apreciación de la moneda
en curso era muy grande y la actividad económica estaba devastada. Por lo que
esta opción no se puede manejar.
En realidad, esta
es una historia ya escrita hace mucho tiempo, casi cuarenta años. En épocas de
desaparecidos y apertura económica, con Videla y Martínez de Hoz al frente del
mostrador, a través del uso de la entonces alabada “tablita cambiaria”, se
fugaron del país luego de la caída anunciada de 1978 y hasta 1982, unos 24.000
millones de dólares.
Con el fin del
Austral en la era radical, salieron de las fronteras cerca de 10.000 millones
más, y con el tándem Menem-Cavallo, luego del tequila, entre 1995 y 1998, se
fueron 41.000 millones. El derrumbe de la convertibilidad (esa película de
ciencia ficción que vivió la Argentina) con la dupla De la Rúa-Cavallo se llevó
casi 29.000 millones más.
|
Compra de dólares, septiembre 2011 |
Finalmente, y en
un contexto económico inmejorable, luego de la asunción de Cristina Kirchner,
entre 2007 hasta hoy (salvo en el último tramo de 2009), se compraron (y la
mayoría se fueron) un total de 79.000 millones de dólares. Salvo en 2011, el
BCRA aportó 18.000 millones en dólares billete y la tendencia hasta imponer el
nuevo régimen cambiario era de 3.000 a 4.000 millones mensuales. Solo una vez
implementadas las restricciones a la compra de divisas extranjeras se pudo
detener la sangría.
Y, como suelen
hacer en estos casos los especuladores de siempre, presionaron a través de la
creación de un circuito marginal e ilegal. La fuga, a pesar de que ya no causa
pérdida de reservas al Banco Central, logró el objetivo de crear descontento en
un sector de la población “educado” en décadas de especulación como forma de
mantener sus ahorros. Esto genero el dólar negro que presiona sobre el tipo de
cambio oficial, buscando una devaluación donde reaparezcan nuevamente los
ganadores de siempre (y los afectados de siempre).
El blanqueo de
capitales que propuso el Poder Ejecutivo, busca meter una cuña a esta dinámica.
Es obvio que la medida es cuestionable desde un punto de vista “moral” al
premiar a evasores históricos. Y más curioso aún, la medida va dirigida a los
que más resisten a este modelo y a este gobierno, lo que genera una incógnita
de cuál va a ser su proceder. No se sabe
aún si la balanza se va a inclinar por el rechazo político o la conveniencia
económica del blanqueo más atractivo conocido hasta nuestros días. Sin multas,
sin acciones judiciales, una verdadera invitación a limpiar un trozo de carbón.
El asunto hasta saber
que sucederá pasa por juzgar lo más lógicamente posible esta acción de
gobierno. Y para ello, hay que tener en cuenta que la política -y por ende la
economía- es un juego de suma y resta, de elegir quien gana y quien pierde, de
que muchas veces haya que tragar sapos para llegar al premio mayor. Y el precio
mayor es una sociedad más igualitaria, más próspera, más justa. Y el precedente
moral que esta medida genera no es de seguro la mejor forma para llegar a
destino. Pero también hay que sopesar que el gobierno, en el otro plato de la
balanza, tenía la opción de la devaluación, que de seguro no constituye una
opción redistributiva. Y por ella juegan las fichas muchos popes empresariales
y agrarios posicionados en el mercado exportador.
Y el gobierno optó
entonces por dejar la batalla de la pesificación del mercado inmobiliario para
mejores tiempos donde sus armas sean más efectivas, premiando sin desearlo a
dolarizadores y evasores que no lo merecen, pero negándose -como dijo Cristina
Kirchner por cadena nacional- a una devaluación que sería devastadora para la
actividad del mercado interno y en especial para la clase trabajadora, los
jubilados y los beneficiarios de planes sociales.
En pocas
palabras, tomó una cucharada de jarabe tapándose la nariz y se posicionó junto
a quienes están involucrados con la dinámica del mercado interno, ante las
presiones devaluatorias y recesivas de los exportadores, de los popes de la
Rural y de grandes rentistas dolarizados. Es, ni más ni menos, una toma de
posición entre dos males. Y eligió la que creyó mejor opción.
|
Corridas cambiarias en la era K |
La misma puja de
intereses sufrió Raúl Alfonsín por medio de empresarios insaciables de
subsidios y promociones industriales por un lado, y una banca acreedora que
presionaba para que esa masa de dinero fuese utilizada en el pago de la
abultada deuda. Y esto llevó a la hiperinflación. Al principio de la era
menemista, los antiguos contendientes fueron uno solo frente al negocio que se
extendía ante sus ojos: el desguace y posterior venta a precio vil de los apetecibles
bienes del Estado, a través de compras vía bonos de la deuda externa obtenidos
por una pequeña parte de su valor nominal.
Una vez superada
esta etapa, los intereses de unos y otros se volvieron a diferenciar. Los
empresarios locales pugnaban por una devaluación, mientras que la banca
acreedora y las multinacionales querían una total dolarización. Duhalde fue
quien terció por los primeros a través de la megadevaluación de 2002.
Pero durante la
era kirchnerista, ambos contendientes expresan claramente una oposición
foribunda al gobierno por su negativa a “transar” con unos y otros. Los
exportadores piden una nueva devaluación para disminuir sus costos en dólares y
aumentar así aún más sus suculentas ganancias. Y quienes tienen una posición
dominante en el mercado interno no quieren devaluar pero protestan a su vez
porque no los dejan dolarizar sus ganancias.
En ambos casos
están sedientos de billetes verdes: los primeros para fugar sus utilidades como
hicieron históricamente en vez de reinvertirlas en el desarrollo productivo del
país que les genera sus riquezas, y los segundos para enviarlas a sus casa
matrices que muchas veces necesitan esos dólares para nivelar los desastrosos
balances ante la crisis que sufren en sus países de origen.
Y en medio, el
gobierno defendiendo los intereses de la mayoría de los argentinos, aunque a
muchos no le interese, no lo sepan, o no lo quieran saber. Tratando de que los
primeros no fuguen más divisas y que los segundos reinviertan en el país la
mayor parte posible de las utilidades que Argentina les genera.
FUENTES:
·
Diario Página 12.·
Diario Tiempo Argentino.·
Libro “La fuga de divisas en Argentina”,
de Eduardo Basualdo y Matías Kulfas.
·
Informe de “Evolución del Mercado Único
y Libre de Cambio”, BCRA, 2011.